miércoles, 17 de junio de 2015

Manuela



El tiempo cura las heridas, dicen. Y a esta creencia me aferré, dejé que el padre Chronos cumpliera su parte del acuerdo.
Cuando decidí regresar a este lugar, lo hice pensando y creyendo en que ya era hora de poner a prueba a Chronos. Creo que funcionó en cierta medida. Hoy ya no me duelen las cosas que me dolían hace 20 años. Me duelen otras cosas.

Cuando escribo estas líneas, no puedo dejar de pensar en frases sueltas como “escribir no es terapéutico”, “demasiado ya ventilás tu vida privada”, “no sos escritora”, y esas cosas tan tiernas que solemos decir los humanos sin antes aprender a cerrar la boca. Si no podemos ponernos en el lugar del otro para tratar de dimensionar, por lo menos, lo más mínimo del torbellino que es el otro, deberíamos aprender a callar.

No pretendo ser escritora. Para mi es un acto de liberación. Liberar la historia familiar es liberar una minúscula parte de la historia de mi país, de mi continente. Una misnusculita parte de la historia de la humanidad, pues para mí no es fácil aislar la historia de las mujeres que me antecedieron, de la historia política en la que se encontraban y en la que me encuentro yo. Soy y somos productos de esos momentos.

Es algo... vago.

Quiero iniciar este algo con el relato breve sobre mi madre. No, no será “todo sobre mi madre”, para eso debería conocerla, y a mi madre no la conozco. La voy conociendo y hoy es su cumpleaños.

Ella, como muchas otras mujeres de este país, tuvo que dejarme a cargo de otra persona para ir a laburar y traer lo necesario para que pueda tener un futuro mejor que el pasado y el presente de ella.
Manuela, así se llama ella, es hija de Valentina, hija de Eleuteria (una onda, Thorin, hijo de Thrain, hijo de Thror de El Hobbit), creció entre mujeres, en medio de mucha pobreza material, pero con abundantes tierras que cultivar y cosechar, abuelo de Manuela, era dueño de muchas extensiones de tierras que trabajaban entre todos; los tíos, las tías, los nietos y sobretodo las nietas. Algunas con menos alegrías que otras. Manuela, siempre lo hacía con convicción y alegría. Con convicción porque creía que solo el trabajo duro podría darles de comer, y alegría porque disfrutaba de aquellas tareas, rutinas, etc. Ella, como suele contarme, iba temprano con la abuela a la chacra a carpir y a traer mandioca, maní, maíz para toda la familia, que era bastante numerosa. En medio de todo ese trajín, ella estudiaba -o intentaba-. Su lugar favorito casi por obligación, era la carreta del abuelo, allí dormía y allí estudiaba. Amaba estudiar, ama estudiar, me consta.

Como toda niña de campo, fue obligada a dejar la escuela para dedicarse a las tareas de la casa. No recuerdo si llegó a hacer el sexto grado o solo hizo el quinto. Luego estudiaría corte y confección, un oficio al que se dedica hasta hoy, pero cociendo ropitas para los sobrinos, arreglando y salvando esa ropa que tanto queremos. Más adelante emigraría. Fue miembro de esa gran masa de gente que huía a la Argentina para tratar de enviar algo a la familia. Según ella misma cuenta, tuvo mucha suerte, encontró trabajo al toque y nunca le faltó. Siempre le sobraba un poquito para darse algunos gustitos; como comprarse unos vinilos de sus artistas favoritos -¡cada cosa que tiene!, los he visto-, ir al cine, a bailar o comprarse ropas y zapatos que a ella le gustaban.

Venía muy pocas veces al país. Allá aprendió a cocinar cosas que jamás pensó que cocinaría. Tuvo que aprender comida francesa, italiana, española. Tuvo suerte en trabajar con extranjeros amables, según ella misma recuerda. Asumo que de allí mi gusto por los idiomas, en especial por el francés. Ella tuvo que aprender lo básico, básico para manejarse. Cuando se enteró que me gustaba el francés berreta que dábamos en el colegio, casi llora y se esmeró en exagerar con libros de francés para que yo aprendiera. Aprendí, pero lo fui perdiendo por falta de practica.

También le gustaba la música cubana. Amaba el Guaguancó. Esta vez fui yo la que deliró cuando me confesó que moría por ir a conocer Cuba y a conocer los ritmos cubanos. Manuela tenía un par de vinilos de Guaguancó.

De todo esto me enteré hace poco, como dije, ahora la estoy conociendo. De su amor a los animales ya supe ver antes, cuando moría por mis bebés de la misma manera en que yo lo hacía. Mamá dejaba que ellos durmieran con ella, les compraba cositas y jugaba y hablaba con ellos. Si, estoy llorando como lo ridícula que soy.

Ahora que tengo gatas, también muere por ellas. Y muere por cualquier bicho que camine, como yo. Ella tuvo un gato negro en su infancia, hasta que este se fue.

Manuela, es una mujer que cumple 71 años, que fue presidenta del Club Sport Cerro León -el club de acá que cumplió 100 años este fin de semana- por dos años, en la década de los sesenta. Hace como 20 años que no hay mujeres en la directiva del Club. Fanática del Club Olimpia. A mi, mi vieja me hizo olimpista. Negrita, subrayado, fuegos artificiales y que suene el expreso decano.

También es fanática de los yuyos. Sabe y aun sigue aprendiendo sobre estas hierbas. Siempre tiene una receta rara para cualquier cosa que te duela. Cree en el poder de la oración.
Hasta hace poco, yo creía que “oración” era sinónimo de rezar a alguna de deidad, santo o lo que fuere. Y en realidad, oración es pedir y creer en eso que se pide con el corazón, el alma y todas esas cosas de brujas. Mi mamá quiere aprender a curar a las personas, porque quiere aliviar el dolor físico de las personas y así “poder hacer algo por el mundo”. Entonces me manifestó que quiere ser reikista (ni idea si ese término existe). Mamá tiene el libro de magia roja, yo nunca vi ese libro. Aquí pondría el emoji del wasap al que le salen corazones por los ojos.

Manuela es amante del buen vino, sin hielo y “sin ninguna sustancia que corte el sabor y el efecto”. Ella cree que al clericó le queda bien cualquier alcohol.

Ella tiene un corazón, como todos, a la izquierda. A ella ese corazón le duele cuando ve y vive las injusticias sociales que nos toca a diario. A menudo, me tira algunas frases que son dignas de aparecer en un cartel de la revolución (?)

Manuela es madre. Manuela es dramática. Manuela ama las novelas. Manuela manipula. Manuela no es perfecta y no tiene intenciones de competir con sus madres por el puesto de “la mejor mamá del mundo”.

Manuela es mi madre.

Manuela creció entre mujeres y mucha pobreza. Manuela tuvo que emigrar. Manuela tuvo que dejarme a cargo de mi padre para emigrar por segunda vez, por el mismo motivo con destinatario de esfuerzo diferente.

Este es un acto, que no sé si perdoné del todo (por las consecuencias en mi vida), pero por lo menos ahora voy entendiendo mejor, y lo llevo de otra manera, más calmada y menos furiosa. Siempre peleamos por la percepción y por el concepto de su presencia solo los fines de semana.

Manuela trabaja hasta ahora en el mismo lugar en el que entró hace 24 años. Trabajó y dio todo por sus hermanas, su mamá, sus primas, sus sobrinas y por su hija. Soy heredera de una pequeña porción de tierra, que hasta hace poco estaba en venta. Sin embargo al escuchar todas las historias que escuché y lo que significó para ella la compra y batalla, no la quiero vender, por respeto a ella y a su esfuerzo. Aún no sabemos como vamos a construir nuestra casa propia, por el momento ella vive con mi tía y yo me vine a vivir a la casa que fuera de la abuela y que está asentada en el terreno que Manuela le regaló a su madre. Para eso había ido a trabajar a la Argentina.

Manuela se enamoró. Manuela sufrió por amor. Manuela no escapó de la violencia. Otra de las razones por la que nunca pudo construir su casa propia. Es otro número en la estadística de mujeres que creyeron en el amor eterno y que ello implicaba estabilidad. Lo tuvo. Yo ayudé a terminar esa relación y me siento orgullosa y feliz. La vida con mi padre era un suplicio.

Manuela no me jode con eso de ser madre. En semana santa de este año me enteré que ella tenía los mismos pensamientos que yo respecto a la maternidad. De hecho, ella esperaba que no sobreviva a los primeros tres meses críticos de su embarazo. Los anteriores le indicaban que nunca sobreviviría, a esta “inutilidad” se le sumaba la edad. Ella me parió a los 42 años, su embarazo era de alto riesgo. A esto se le suma su presión alta. Aun así, la caradura llegó. Ella se ríe cuando me dice “desde temprano eras nomás luego una rova atâ sin remedio. Sos nomás una sobreviviente, hija”. Háganme giros tigo de Kleenex.

Manuela no me jode, o por lo menos ya no, con eso del matrimonio y la familia feliz. Ella sabe que ya tuve la oportunidad de jugar a la casita feliz y que fuimos felices. Nos aburríamos un poco sin taaantos problemas que resolver, pero fuimos felices, a nuestro modo y en nuestro tiempo. Ella formó parte de eso. Nunca apostó a eso, según me cuenta ahora. Dice ella, que las cosas buenas siempre llegan a su fin, pues no pueden ser más que eso. Y como muestra le teníamos a Jimi y Skay, que fueron nuestro todo, por un corto tiempo, pero luego debieron continuar cuando ya nos dieron todo. Mejor envíenme giros tigo de pizza y fernet.

Manuela nunca me jodió con los estudios. Esa era labor de papá. En consecuencia soy una hija primera alumna los doce fucking años de estudio. El síndrome estamos tratando de romper aun, no es fácil. Con lo del título si me jode, porque soy la promesa y apuesta de toda una generación y sus carencias. Trato de explicarle cosas, pero cuesta decirle que la carrera que tomé con tanto entusiasmo, amor, y fe (?) terminó siendo algo jodidamente repudiado por mi persona. Y que quiero terminar algo peor que la sociología (?)

Ella ni intenta decirme que estudie marketing, que es lo que me da de comer ahora. Sabe que pronto me voy a aburrir y terminar en teoría del arte. Entonces, tantea con que vuelva a la Universidad a estudiar letras, ya que sabe que me gusta la literatura y me gusta escribir estas huevadas.

Si, todo así mezclado. Así somos las dos. Así es Manuela, que no me jode con los estudios, por que sabe que voy a poder, dice. Me jode con el título. Ella que nació con Morínigo y se exilió con Stroessner sin posibilidades reales de acceder a una educación básicay de calidad. Ella que no conocía otras formas de representación, al igual que yo, hasta que llegó el 2008. Una alegría compartida, una tristeza que compartíamos a medias. Ella le quiere a Lugo, a medias, ya que desde su mirada y sus diálogos con otros trabajadores, fue el que mejor intentó hacer las cosas. Es antiliberal -del partido- a muerte. Una de sus frases celebres la lanzó cuando Franco se convirtió “por golpe de gracia” en Presidente; “los liberales luego siempre fueron plata pota y por eso son siempre los peores traidores de la historia. Con los colorados por lo menos sabés que siempre nos va a ir mal”.

Manuela, quien siempre tenía que votar por los colorados, votaba nulo. Y nunca se arrepintió, hasta que le votó a Rafael Filizzola, de ese voto si que se arrepiente, y me dice “no vaya luego a decir nada”. Yo me río.

Manuela, hoy tiene canas, arrugas, manchas y achaques, consecuencias de la edad y de la vida dura que le tocó vivir. Manuela es esto que les cuento. Manuela es otra parte que no me cuenta. Manuela es otra parte que no conozco y es también una parte que no puedo contar, o por lo menos todavía no.

Manuela, mi mamá, está de cumpleaños y su sueño siempre fue escribir la historia de su familia. Ella nunca pudo. Manuela lleva el nombre de mi tío abuelo Manuel, quien también debería cumplir años hoy, y a quien prometí ir a encender una vela en nombre de mi mamá.

Manuela no es perfecta, es solo mi mamá y me da mucha alegría poder conocerla y poder aprender a no ser tan dura cuando la juzgo. Estoy aprendiendo a no juzgarla, pero todavía se me hace difícil. Solo sé que cuando llegue el momento, mis dudas habrán sido aclaradas y mis preguntas respondidas con mucha franqueza, característica muy de las dos por lo que descubro. ¡Auch!

Así es como estoy sanando. Así es como estamos sanando las dos, y sanamos entendiendo cosas que muchas generaciones nos fueron tirando encima.

La historia de Manuela es la historia de miles de mujeres, sus madres y sus hijas.
La historia de Manuela es la historia de mi madre y es la historia de su madre.
La historia de Manuela es mi historia.

Y esta es la historia que les quiero contar.
 

Mirror - Hossein Zare




nota: soy consciente de mis errores de redacción.


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